Osasuna cerró la Liga con un partido no apto para cardiacos que resumía lo que fue la temporada. Errores defensivos, marcadores en contra, jugar a remolque y una afición empujando a unos jugadores sin acierto de cara a gol.
Dentro de lo malo, se cerró el campeonato manteniendo la categoría. Mejor no imaginar que hubiera pasado si Javier Flaño no empuja ese balón a la red. El año rojillo ha sido inaceptable desde el principio, empezando por lo sucedido en los despachos y siguiendo por lo visto en el terreno de juego. La grave crisis institucional no evitó que la gente creyera que era posible tener un buen rendimiento deportivo. Nos engañó el primer partido de Liga, con una cómoda victoria ante un Barcelona B que se pensaba que iba a estar arriba. Después comenzaron las dudas y los marcadores negaron los puntos. Se hablaba de poca adaptación, de bajas y de falta de suerte. El campeonato siguió adelante y no había manera de remontar, para colmo las jornadas sin internacionales ponían al borde del disparate la alineación, con posibilidad de sanción si había un expulsado de la primera plantilla. En el cierre de la primera vuelta, mala y lejos de lo esperado, se vio al mejor Osasuna por juego y clasificación. Se creía que la segunda vuelta cambiaría la tendencia y se pelearía por estar en el playoff, lo mínimo que se le podía pedir a un recién descendido con una de las plantillas más caras. Sin embargo lo peor estaba por llegar. Ese mediocre Osasuna de la primera vuelta iba a estar muy por encima del inaceptable equipo que estuvo doce partidos sin ganar, metiéndose de lleno en el descenso y peleando por sobrevivir a base de coletazos.
Urban y Mateo no lograron un conjunto regular y competitivo, por lo que fue Martín el que tuvo que sacar esto adelante con más corazón que cabeza. El año que ha vivido el aficionado de Osasuna es inexplicable, no merecían algo así, y el último partido fue la última gota. Tras lo sufrido es normal cierta alegría por salvar la cabeza, pero una vez hecho hay que verlo con frialdad y esperar una dura reconstrucción.
De vergüenza es poco. Vaya desastre de equipo.